Alguna vez como educador canino alguien me ha cuestionado que mis perros no fueran siempre perfectos, que no fuesen máquinas precisas a la hora de ejecutar cualquier orden, no fueran el súmmum de la obediencia.
Es cuando se me viene a la cabeza una frase escuchada, más de una vez, a Santi Vidal que dice algo así como: «no existen perros perfectos porque nosotros, los humanos, tampoco somos perfectos».
Cada vez que mis perros «fallan», no obedecen, cada vez que me la «lían parda» y yo me frustro, resuena la frase de Santi en mi cabeza.
¿Acaso soy perfecto? ¿me comporto correctamente siempre? ¿estoy siempre con un alto nivel de concentración o con un buen estado de ánimo? No, ni de lejos.
Es cierto que mis perros están educados para comportarse cívicamente, para no saltar sobre la gente, no ladrar a las visitas, no tirar de la correa, pero a veces y sin venir a cuento, intentan saltar sobre alguien, tiran de la correa, no vienen de inmediato cuando se les llama…
Supuestamente yo también estoy educado para saber comportarme, pero a veces se presenta una visita inesperada y no sienta bien, otras veces «ladro» a la gente, a veces voy con prisa y me llevo todo por delante, no siempre bajo la tapa del wc…
Esto no quiere decir que un perro tenga carta blanca para hacer lo que le venga en gana, pero no hay que ser tan estrictos, como no lo somos con nosotros mismos y menos si hablamos de perros jóvenes.
No debemos confundir un perro «militarizado», con un perro educado. Durante una prueba de obediencia, un perro debería hacerlo todo correctamente, pero el resto del día, debería ser perro. Un perro que no se comporte como perro es igual que un niño que no se comporta como niño y eso, a la larga, puede traer consecuencias.