Damos por hecho que los perros deberían saber lo que tienen que hacer: si le llamamos, que vengan, que no le pongan las patas encima a desconocidos, que no tiren de la correa, que no ladren si suena el timbre, que no deben gruñirle a otros perros…
En ocasiones recurriremos a pequeñas regañinas o correcciones del tipo «chsss» y «noooo» que, usadas con frecuencia, pueden frenar la intención del perro pero también lograrán subirle sus niveles de estrés y que aparezcan otras conductas erráticas.
Otras veces escucharemos o leeremos que hay que imponerse al perro, que hay que enseñarle quién es el que manda: «nosotros somos el líder de la manada y el perro tendrá que obedecer a su amo». Y es entonces cuando, lamentablemente, recurriremos a todo tipo de artimañas y herramientas punitivas para «enseñarle quién manda». No son demasiados los perros que aguantan esa presión diaria y son muchos los que terminan con problemas físicos y psíquicos.
Lo ideal sería no atosigar al perro constantemente, mantenernos relajados, ser coherentes, jugar con el perro, no soltarlo si aún no tiene una buena llamada o el entorno no está controlado, permitirle comunicarse con otros perros equilibrados, sacarlo de situaciones que no pueda gestionar, llevárnoslo lejos de perros instigadores, permitirle que lo huela todo…
Amén