La sutileza del castigo (parte II)


CONTINUACIÓN

Cuesta creer que pequeñas correcciones o esos artilugios que nos venden contándonos su eficacia y anunciándonos que son inofensivos, puedan causar daños, pero SÍ PUEDEN DAÑAR y entonces, ¿queremos correr esos riesgos? ¿tenemos la necesidad de correr esos riesgos? ¿no hay otra manera de hacer las cosas que no sea causando daños?

Daños psicológicos

¿Pensamos que una persona maltratada (sí, ahora hablo de humanos), es aquella que siempre va con un ojo morado o golpeada, o con fracturas? ¿sabemos algo del daño psicológico? No todas las personas maltratadas van con un cartel sobre sus cabezas avisando de ello, muchas de ellas pueden estar conviviendo con nosotros y ni si quiera percatarnos. Muchas de estas personas intentan ocultar su verdadero estado e incluso defienden a su maltratador. Los perros también son así, no siempre muestran su malestar o enfermedad hasta que no está demasiado avanzada, llegan incluso a crear una dependencia enfermiza hacia su maltratador. El daño psicológico puede ser mucho peor que el daño físico, puede terminar desarrollando enfermedades que lleven a la muerte.

Es curioso que decir la palabra «cállate» no debería significar ningún tipo de maltrato, pero imaginémonos en una cena de negocios con personas desconocidas  en la que cada vez que nuestra pareja vaya a hablar para expresar su opinión le digamos seriamente y en tono normal «¡cállate!». Siempre que vaya a abrir la boca nosotros le interrumpiremos y le diremos «¡cállate!», delante de todos los comensales. ¿Es un castigo la palabra «cállate»? ¿acaso esa palabra mata? ¿le estamos haciendo daño a nuestra pareja? ¿es un castigo? ¿puede tener consecuencias? Sí, y muy graves, un abuso de esto puede llevar a un estado de indefensión aprendida.

Imaginemos un perro joven de 5 o 6 meses que todavía no ha aprendido a hacer sus necesidades en la calle. Cada vez que se las hace en casa, le regañamos mediante un ¡NO! con el objetivo de indicarle que no está bien hacerlo en ese lugar.

Ahora, intentemos pensar en perro:

«Aún no sé muy bien dónde he de hacer mis deposiciones, no me controlo excesivamente bien, en la calle siento un poco de miedo ante tantos ruidos, movimiento, además la correa y el collar me incomodan, la persona que me pasea me riñó cuando hice pipí o popó… y me hizo sentir miedo, ¡ya no sé qué debo de hacer!, pero algo tengo claro: delante de la persona que me riñe no he de hacerlo nunca para no enfadarla».

El perro intentará aguantarse las ganas de hacer sus deposiciones debido a que siente que al hacerlas será regañado. Ese ¡NO! que le decimos al joven perro, denota, la mayoría de las veces un estado de enfado por nuestra parte, de no ser así, su funcionamiento sería totalmente nulo. El perro, cuando ya no aguante más, hará sus cosas haya gente delante o no y seguramente volverá a ser reñido, incluso con mayor intensidad (pescadilla que se muerde la cola).

Miedos

Habrá perros a los que el ¡NO! les entre por un oído y les salga por el otro, habrá algunos que no les afecte con muy pocas repeticiones y habrá algunos a los que con una vez que su dueño se lo diga se vendrán abajo y se sentirán realmente mal (esto dependerá del perro y del propietario). Es complejo emitir el sonido del ¡NO! escribiendo, está claro que no es lo mismo gritarlo que susurrarlo, y está claro que no es lo mismo decirlo enfadado o frustrado que decirlo con naturalidad, pero en eso se basa el mecanismo de las correcciones verbales: EN METER MIEDO. Si no suponen cierto miedo, no suponen nada, no es más que un sonido y ese sonido funciona o no funciona dependiendo la asociación que tenga, no existen otros motivos que le haga tener éxito.

Añadir miedo a un perro puede ser terrible y más en la etapa de cachorro. Un perro puede asociar tantas cosas que se nos escapen a nuestros sentidos que nunca lo sabremos. Castigar siempre va a generar miedo, estamos hablando de un ser que en este aspecto es tan sensible como un niño de 2 años o menos y que no entiende nuestras palabras ni la mayoría de nuestros enfados, que sólo quiere agradarnos y convivir pacíficamente, pero que muchas veces no sabe cómo ha de hacerlo y no comprende muchas de nuestras ridículas reglas humanas.

A cualquiera se le puede escapar una voz, un ¡NO!, un chss, enfadarse en el fondo, perder los papeles… eso no significa ser un maltratador ni nada parecido, el problema está en creer que hacer esto es la forma adecuada de educar y entonces, abusar de las malas formas.

Si para educar hemos de castigar entonces, tengamos la humildad suficiente para reconocer que no somos capaces de educar a un perro sin recurrir a castigos, ese es el primer paso para empezar a cambiar y buscar una manera de enseñar sin castigos, con respeto. Si seguimos obcecados en que el castigo es necesario para un aprendizaje, seguiremos castigando y buscando mil y una excusas para hacerlo.

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